¿Cali es Cali?
Pero hay una triste e incuestionable realidad que debemos aceptar aunque nos duela: ese orgullo de nuestra particular caleñidad se ha venido perdiendo en los últimos tiempos...
Desde que Piper Pimienta la inmortalizó en 1975 junto a los Latin Brothers, en el que sería el mayor éxito de su carrera, la famosa frase callejera que pregonaban nuestros padres y abuelos se convirtió en un código de identidad para todos los caleños: “Cali es Cali, lo demás es loma”.
Es una especie de ‘grito de guerra’ que refleja nuestro orgullo por vivir y ser parte, como nativos o hijos adoptados, de esta ciudad tan única, tan indefinible, tan irrepetible.
Pero hay una triste e incuestionable realidad que debemos aceptar aunque nos duela: ese orgullo de nuestra particular caleñidad se ha venido perdiendo en los últimos tiempos y podría decirse que hoy está ‘en peligro de extinción’.
De hecho, y eso es todavía peor, muchos lo han venido reemplazando por una declarada vergüenza frente a las desgracias de esta ciudad y una soterrada envidia frente a la fortuna de otras ciudades.
En reuniones, esquinas y restaurantes hace carrera la frase de que “Cali dejó de ser el mejor vividero del mundo”, mientras se exalta el progreso en infraestructura de Bogotá o el renovado brillo de Barranquilla. Y hay quienes, sin mayor sustento en cifras, declaran incluso que esta dejó de ser la tercera urbe más importante del país y se convirtió en una ciudad ‘de quinta’.
Las mediciones confirman el desánimo general. El más reciente estudio de Invamer reveló que el 72% de los caleños cree que las cosas en la ciudad están empeorando, mientras que solo un 23% piensa que están mejorando. En resumen, andamos ‘achicopalaos’, ‘acuscambaos’, más aburridos que Clara Chía y Piqué en una fiesta de Shakira.
Paradójicamente, otras cifras evidencian que existen motivos para, al menos, sonreír un poco, considerando que veníamos del explosivo coctel de pandemia y estallido social. En efecto, la economía regional crece, la generación de empleo sigue reaccionando, el turismo está disparado, llega nueva inversión a Cali.
Entonces, ¿qué nos pasa? ¿Por qué sentimos que Cali es un carro que dejó de avanzar y ahora va de para atrás?
Nos pasan aquí, por supuesto, muchas otras cosas que ocurren igual en el resto del país y el mundo: la inflación, el miedo a la recesión, la violencia del narcotráfico, los líos migratorios, los aguaceros apocalípticos derivados del cambio climático, etc.
Pero además nos pasa que una de las ruedas de este ‘carro’ -llamada Estado, sector público o Alcaldía, como quieran nombrarla-, pinchó de una forma terrible y dejó a Cali así, involucionando en muchos aspectos.
Todo lo que el Estado debe proveer a los ciudadanos -seguridad, movilidad, obras de infraestructura, educación, servicios públicos eficientes, orden urbanístico, una narrativa común de progreso, etc.- es lo que hoy peor funciona en Cali.
Con el agravante de que esa ‘rueda’, además, quedó atascada en un lodazal putrefacto en el que nadan denuncias sobre corrupción de todo tipo, tamaño, color y sabor.
El resultado no podía ser distinto: el primer y mayor rasgo de nuestra identidad, la alegría, fue destronado y reemplazado por la desconfianza, el pesimismo, la desesperanza.
La buena noticia es que, como bien dice Héctor Lavoe, “todo tiene su final, nada dura para siempre...”. Y este año, por fin, tendremos la oportunidad de cambiar esa ‘rueda’ inservible que es el Alcalde.
El espíritu de Cali es mucho más que esta irrespirable niebla pesimista que hoy la cubre. Y si queremos recuperarla no podemos volver a equivocarnos en las urnas. Ojalá todos lo tengamos claro y no se imponga de nuevo ese otro rasgo nefasto que brilla en muchos caleños: la apatía.
De lo contrario, nos tocará seguir cantando la vieja melodía de Piper, pero en pregunta: ¿Cali es Cali?