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La caída de Bashar Al-Ásad

El fin de un régimen totalitario en el mundo, sea cual sea, siempre será un motivo de celebración, pues le abre la puerta al establecimiento de una democracia.

11 de diciembre de 2024 Por: Mario Carvajal Cabal
Mario Carvajal
Mario Carvajal | Foto: El País

Tras 53 años de régimen Al-Ásad en Siria, iniciado con el golpe de Estado socialista de 1970, su fin se ha materializado. Háfez Al-Ásad, padre de Bashar, estableció una dictadura que encabezó hasta su muerte en 2000, momento en que su hijo, hoy exiliado en Moscú, asumió el poder. En sus inicios, el ascenso de Bashar generó cierto optimismo porque se había formado en Inglaterra y se creía que podría ser moderado y reformista. Sin embargo, la realidad fue otra.

En 2011, en el contexto de la Primavera Árabe, los sirios, hartos de las violaciones a los derechos humanos y abusos del régimen, salieron masivamente a las calles a exigir democracia. La respuesta de Bashar, apoyado por Rusia e Irán, fue brutal. Bombardeó a la población civil y, en 2013, usó armas químicas, como gas sarín, contra los manifestantes. Aunque estas acciones le permitieron aferrarse al poder, iniciaron una guerra civil que, 13 años después, culminó en su derrocamiento.

El fin de un régimen totalitario en el mundo, sea cual sea, siempre será un motivo de celebración, pues le abre la puerta al establecimiento de una democracia. En el caso de Bashar lo es no solo porque oprimía a su gente, como lo han demostrado las inspecciones a las sangrientas cárceles donde mantenía presos a los opositores, sino porque además su régimen era un foco de desestabilización regional.

Sin embargo, su caída no garantiza una transición democrática. El principal grupo rebelde responsable del derrocamiento, Hayat Tahrir al-Sham (HTS), liderado por Abu Muhammad al-Jolani, es una exfilial de al-Qaeda y está catalogado como un grupo terrorista. A su vez, al-Jolani, el más opcionado para tomar las riendas del poder en Siria, es considerado como un terrorista por Estados Unidos y por la Unión Europea, pues juró lealtad a al-Qaeda y al Estado Islámico.

Además de HTS, participaron otros grupos con intereses diversos. Los rebeldes sunitas en el noroccidente, respaldados por Turquía; el grupo denominado Fuerzas Democráticas de Siria (SDF) en el noreste, apoyados por Estados Unidos; y los rebeldes del sur, apoyados por Jordania. Todos aspiran a hacer parte del nuevo gobierno, incluso fuerzas cercanas a Al-Ásad. A esto se suman los intereses de Rusia, que tiene dos bases militares en Siria, incluido su único puerto que le da acceso Mediterráneo; Irán y Hezbolllah, que buscan conservar su influencia en este país; Turquía e Israel, que por temas de fronteras y balance de poder regional buscarán incidir en el proceso; y Estados Unidos y la Unión Europea que jugarán roles clave en la formación de un nuevo gobierno. Por consiguiente, la reconstrucción de Siria será un desafío monumental, tanto en términos económicos como institucionales.

De esta manera, aunque hay motivos para celebrar la caída de Bashar Al-Ásad y de todo tirano que se apodere del gobierno de un país usurpando los poderes y eliminando a sus opositores con violencia, en Siria la incertidumbre actual puede derivar en el ascenso de otro gobierno autoritario o el inicio de una nueva guerra civil por el control del país. Ojalá las negociaciones para edificar una nueva Siria, eviten revanchismos religiosos y se puedan sentar bases para una nueva democracia en el Medio Oriente, que necesita de manera urgente una buena noticia en estos tiempos. Solo el tiempo lo dirá.

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