cultura
Camilo Zamora recuerda con alegría a su tía-abuela, La Negra Grande de Colombia
El reconocido bailarín de Delirio no solo heredó la sonrisa franca y sincera de Leonor González Mina, es tan exigente como ella con su vestuario, su presencia escénica y su disciplina.
Camilo Zamora, bailarín de Delirio, era sobrino-nieto de Leonor González Mina. La visitó recientemente y se dieron un abrazo apretado, cuenta con una sonrisa de satisfacción. “No fue un adiós, fue una confirmación de cariño”, nos dijo en el homenaje póstumo en el hemiciclo del Concejo de Cali, el 27 de noviembre.
La mayor enseñanza que le dejó... Él no lo piensa dos veces para responder: “Como ella siempre me decía en los espectáculos a los que asistía, para ser artista hay que ser estricto, disciplinado, eso ella lo dejó como ejemplo. Estricta en su estudio, en su vestir, en sus maquillajes, en tratar de no desafinar, en aprenderse sus textos para sus obras musicales y novelas, además de su sentido del humor y esa sonrisa que tendremos siempre en nuestro corazón”.
Anécdotas con la abuela, dice, hay muchas, pero una, en especial, muestra lo crítica que era con su trabajo artístico y el de los demás: “Hay un personaje que yo interpreto que se llama El Patas, la primera vez que ella lo vio, me dijo que había que sacarle mucho más, y me puso a hacer estudio frente al espejo de las caras, los gestos, las posturas. Y la segunda vez que lo vio dijo, ya está listo”.
Respecto al carácter de Leonor, él asegura que “era fuerte y muchos lo saben. Pero más que todo era estricta. Aunque tenía el consentimiento de cogerle la cabeza y hacerle rollitos”.
Cuenta una historia en Bogotá con ella cantándole en un taxi la que es su canción ahora para recordarla: El Rey del Río, y entonces la recita: “Viene Alfonso Andrade, en el otro lado de su platanal, él era un malandro con diez anzuelos para pescar”.
Sonríe, quizás porque hablaron hace poco. Él le dijo que la quería mucho, que siempre la tendría en su corazón, y se fundieron en un abrazo. Dicen que la Negra, aunque tuviera Alzheimer, nunca olvidó a sus nietos y que se curaba del olvido con sus visitas y con música.
Camilo conoce un secreto de su abuela que pocos saben y deberían saber: “Que hubiese gustado terminar su vida en un escenario y que el día que no se pudiera poner su boca roja, no se subiría a escena”.
También la vio muchas, muchas, pero muchas veces como parte del público en sus espectáculos. “Siempre tenía un comentario, hablaba del color y de los bailarines, decía que ella no bailaba nada, pero así inició su carrera. Estuvo en su última etapa de vida en mi etapa de artista y eso es un privilegio”.
Los homenajes, siente Camilo, los recibió en vida. Así, como debe ser. “Le hicieron homenajes en la Feria de Cali, en el Petronio Álvarez, en el Concejo, las negritudes. Ahora está su cuerpo, pero ya le salieron alas y está con Diosito”.