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CONFLICTO ARMADO

La verdad del más invisible de los delitos de la guerra en Colombia: la violencia sexual

Según registro oficial, hay 25.000 mujeres víctimas de violencia sexual en el conflicto. Comisión de la Verdad estima que la cifra es mucho mayor. Testimonios desde distintos rincones del país.

20 de julio de 2019 Por: Paola Gómez Perafán, jefa de redacción de El País
Con actos de reconocimiento para pedir perdón como sociedad por lo ocurrido, se busca reivindicar los derechos de las mujeres que sufrieron las violencias de todo tipo en el marco del conflicto armado que tuvo lugar en en Colombia durante más de 50 años. | Foto: Foto: Especial para El País

“Luz Daris, tú eres valiosa, eres preciosa, levántate. No te mueras. Te di la vida para que lucharas. Tu nombre es Luz y debes ser luz para otras personas...”.

Quien habla es la voz interior de una mujer negra, oriunda de Chocó, habitante de Buenaventura, víctima de violencia sexual. La guerrilla se aposentó en su comunidad y allí violentó a las mujeres para ejercer control territorial, mientras que sus miembros más jóvenes enamoraban a las niñas, para hacerlas guerrilleras.

“Entonces tuvimos que sacar a nuestras hijas, porque cómo íbamos a permitir eso. Yo decidí hablar de mi caso el 23 de noviembre de 2013, porque a una sobrina le había pasado lo mismo que a mí. Y me sentí con mucha rabia, mucha indignación, porque si a mí que era vieja me marcó tanto, qué sería de una niña que venía floreciendo. Le desfiguraron la cara...

Apertura Encuentro por la Verdad 'Mi Cuerpo Dice la Verdad'


Ella me decía que la ayudara. Y dentro de mí surgió un monstruo para enfrentar a esos violentos. Usé los saberes ancestrales, a la santamaría, la yerbabuena y otras plantas para desinflamar, para la terapia del alma. Por años me sentía culpable, con un peso en la espalda, y un día le empecé a hablar a esa que veía en el espejo, le hablaba al subconsciente, le preguntaba por qué ya no reía...”.

Así apareció la voz que la sacudió y la llevó a ejercer un liderazgo entre las suyas. Algo similar a lo que hoy les pasa a muchas mujeres en distintos rincones de Colombia que fueron víctimas del delito más invisible de la guerra: la violencia sexual contra la mujer.

La Comisión de la Verdad tiene la misión de recoger sus testimonios, para contarle al país cómo pasó lo que pasó, durante 50 años de conflicto. La tarea ya completa seis meses de trabajo. Y se han adelantando encuentros como el de ‘Mi cuerpo dice la Verdad’, con 600 asistentes en Cartagena, la entrega de cien casos de las mujeres de Montes de María y el informe de las mujeres de Buenos Aires, Cauca.

“La violencia sexual es la más silenciada y la más invasora de la profundidad de las víctimas. La que vulneró lo más protegido por el honor, al descargar la fuerza brutal sobre la intimidad sexual de las mujeres y los amigos y amigas Lgbti. Hacemos un llamado a toda Colombia a aceptar la responsabilidad de nuestra sociedad sobre esta vergüenza. Y que nos preguntemos qué vamos a hacer para que esta barbarie nunca más se repita”, dice el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad.

La comisionada Alejandra Miller cuenta que son 25.000 las mujeres que sufrieron la violencia sexual, quienes se encuentran en el Registro Único de la Unidad de Víctimas, aunque el sub registro se estima mucho mayor.
“La deuda aún es muy grande con ellas, porque no se da crédito a sus denuncias. Existe una precariedad en la atención que se les debe brindar. Según datos de la Fiscalía, de las casi mil denuncias o procesos por este delito en el marco del conflicto armado, solo se han proferido 23 condenas”, señala.

El cuerpo, el botín de guerra

“Un policía me llevó para una casa abandonada y pasó lo que no debió haber pasado. Lo que recuerdo es que, cuado estaba quitándome la ropa, llegaron más policías, me tenía cogida, me golpeó. En ese momento pasaron tantas cosas, pero yo inconsciente solo escuchaba que se reían, que hablaban.

Cuando recobré el sentido vi que entró la guardia, porque otra niña se fue a avisarle a mi mamá para encontrar ayuda. Cuando entraron a buscarme, él me dijo que me escondiera. Luego me hallaron, me subieron la ropa y me llevaron de ahí. Nuestros pueblos no tuvieron por qué pasar por esto”.

Es el relato de una mujer indígena del pueblo Nasa, en el Cauca, de los muchos que han sido silenciados por miedo, por el actor armado del que provienen las violencias y cuyas víctimas prefieren el anonimato.

La historiadora Diana Uribe explica que “la violación es el único crimen en donde la víctima tiene que probar que no lo provocó. Estamos ante un horror que se ha perpetuado en toda la historia y que ahora estamos visibilizando”.

Usar los cuerpos de las mujeres como botín de guerra. Cuenta la historiadora que en la Segunda Guerra Mundial se usó como símbolo de la victoria de los vencidos. “Las violaciones de los nazis en la invasión a la Unión Soviética fueron masivas, y en la invasión de los soviéticos a Alemania también hubo violaciones. Fueron secuestradas miles de mujeres en Tailandia y Birmania. En muchos de los países que Japón ocupó, las mujeres fueron obligadas a la prostitución, en una institución del Ejército que se llamó mujeres de confort”.

Pero también las hubo en la Yugoslavia, en el genocidio de Ruanda, y actualmente ocurre en Libia. “Así como somos la última generación que puede decidir sobre el cambio del planeta, la última que puede impedir el calentamiento, que seamos la última generación que puede tolerar de alguna manera o naturalizar la violación de los hombres y los guerreros. Es algo completamente intolerable”, agrega.

Podcast: Encuentro ‘Mi cuerpo dice la verdad’

Colombia no estuvo exenta

Sobre el caso colombiano, hay un informe titulado ‘La guerra escrita en mi cuerpo’, del cual hizo parte la investigadora Rocío Martínez.

En él se relata cómo las mujeres han sido usadas por todos los actores armados legales e ilegales. Se usó el cuerpo de la mujer en tres escenarios: para enviar un mensaje de terror a la población. “Primero, se sometieron a las lideresas y a figuras que denunciaron los atropellos. También a las ‘enemigas’ de bando. Segundo, se hizo como control territorial. Para decir que los actores son dueños del lugar. Y también imponen un orden moral y castigan los cuerpos inapropiados (las poblaciones Lgbti). Y el tercer escenario es la violencia intra filas, como estrategia de disciplinamiento y moldeamiento de las combatientes reclutadas. Para ejercer jerarquía”.

Como le pasó a Sara, una mujer excombatiente reclutada en 1985, a los 12 años, quien fue secuestrada por las Farc, en una acción que para ella está lejos de llamarse reclutamiento.

“Fui violada por miembros de esa guerrilla la misma noche de mi secuestro. Las violaciones fueron repetitivas y me provocaron abortos muy dolorosos. Producto de una violación de esas tuve una hija, pero fue una hija que no quise ver; cuando la tuve, la entregué. Dentro de las filas nunca sentí amor. Después pude comunicarme con alguien de mi familia y entregársela a un hermano. Ella sabe que yo existo, pero no nos comunicamos. Me dañaron mi vida, hasta el punto de no querer vivir.
También puedo decir con mi testimonio que las Farc sí violaron a mujeres civiles. Fui violentada al tener que observar las aberraciones que hacían con ellas. He sido amenazada para que me quede callada. Pienso que es el momento de decir: ¡basta de mentiras! y que asuman su responsabilidad”.

Buscar que los actores armados asuman su responsabilidad es parte de este ejercicio de la Comisión de la Verdad, además de contarle al país la realidad de un delito que se cometió desde distintos uniformes. La madre de una niña abusada sexualmente por un militar gringo adscrito al Plan Colombia, en hechos ocurridos el 26 de agosto de 2007, permitió conocer su historia en el evento ‘Mi cuerpo dice la verdad’:
“Ese día tuve que irme con mis hijas a trabajar. Estábamos en un parque donde vendía artesanías. Mis hijas y una amiguita se fueron a otro parque para ver si podían vender más. Allá la niña necesitó un baño y la dejaron entrar en una discoteca, tenía 12 años. Al salir, dos señores altos y fornidos la invitaron a sentarse y le ofrecieron algo de tomar, la niña dijo que no, que su mamá no la dejaba tomar nada de extraños, pero los tipos insistieron y la presionaron hasta que ella se tomó una gaseosa. Al rato fui a buscar a mi hija y me quedé mucho rato en el lugar; entré a preguntar por ella en varios establecimientos, fui a la estación y me dijeron que tenía que esperar 72 horas. Al otro día la niña llegó. Parecía una zombie, estaba silenciosa, sin ánimo.

La niña me dijo que después de tomarse la gaseosa se sintió débil, que no podía moverse, y que incluso en un momento intentó volarse y que el mexicano la tiró al piso y luego la montó a un carro. Mi hija fue drogada, secuestrada y violada por un militar estadounidense que prestaba sus servicios para el Plan Colombia, con ayuda de un mexicano, que era contratista”.

Por desgracia, este país está lleno de relatos como el de Luz Daris, de Buenaventura, la indígena nasa del Cauca, la mujer guerrillera reclutada a la fuerza o la niña de Melgar violada por un militar gringo.

Frente a tantas historias como estas, María Choles, reconocida defensora de Derechos Humanos, insiste en que estas voces “nos permiten generar una reflexión crítica, todo ello en la búsqueda de construir un proceso de cierre de una historia de dolor que no se debe repetir. Las violencias se convirtieron en hechos incómodos que la sociedad no quiere reconocer. Los actos de reconocimiento son una forma de dignificación de las personas que fueron víctimas, rescatando la grandeza humana y la potencia de su resiliencia”.

Relatos que, según ella, deben incluirse en el sistema de verdad, justicia, reparación y no repetición. “Las mujeres sobrevivientes hacemos un llamado a las instituciones y a los responsables para que reconozcan las violencias sexuales como un delito que afectó individual y colectivamente a las mujeres en sus territorios”.

Los relatos de Montes de María y el Cauca

Gloría Díaz decidió salir de la oscuridad. Y una sonrisa ilumina su rostro valiente. Es como si hablar de lo que le pasó le quitara un peso de encima. El peso de 23 años en los que guardó silencio.

“Cuando el hecho me ocurrió tenía solo 9 años. Entonces fui manoseada por un hombre del EPL. Y cuando tenía los 13 años, fui violada por varios paramilitares. Mi papá trabajaba en una finca, en un campamento, y ellos llegaban como si nada. No había policía, ni soldados, ni nada. No lo hablé con nadie por miedo a ser señalada. Solo hasta mucho después lo conté. Ahora veo la luz. Y estoy feliz de entregar a la Comisión mi historia. Este es nuestro grito de libertad”.

Gloria es una de las cien historias documentadas por el Movimiento por la Paz y la Corporación Humanas, que fueron entregados a las comisionadas Ángela Salazar, Martha Ruiz y Alejandra Miller. De esos 100 casos, 45 fueron responsabilidad de las AUC, 32 no están identificados, 13 son de las Farc, 7 de las bacrim y 3 del EPL.

“Cuando me vinculé al trabajo de Supérate estaba muy deprimida. Una compañera me dijo que denunciara y denuncié en la Fiscalía. Ha sido un proceso bastante largo, con coraje, con ganas de seguir viviendo. Lo que no pude ver antes, ya lo pude despejar gracias a Dios”, dice Gloria.

Ana Isabel Vergara Serrano, de la Asociación de Mujeres Víctimas del municipio de Guamo, dice que hablar libera y permite descargar esa cruz que durante años cargaron. “Tres paramilitares abusaron de mí, me amenazaron y me desplazaron. Retorné mucho después porque me hacían falta mis costumbres, mi gente, mi territorio (llora). Volví sin acompañamiento del Estado, pero ahí estoy luchando, gracias a Dios”.

La lideresa también habla de la magnitud de esta tragedia colectiva, de ese descubrir que fueron muchas mujeres las que padecieron violencias similares a la suya. “Fuimos muchas. Uno piensa al principio ‘esto solo me pasó a mí’, pero cuando empiezas a hablar y te das cuenta de que muchas vivieron lo que tú viviste: miedo, estigmatización y nunca lo contaron”.


Desde otro lado del país, la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (Asom) y Women's Link entregaron también su informe a la Comisión de la Verdad.

Clemencia Carabalí, de Asom, cuenta que además de documentar los casos, la elaboración fue un proceso colectivo que trajo nuevas oportunidades para una población históricamente discriminada, como los son las afrocolombianas.

“Este informe analiza graves faltas contra los derechos de las mujeres y niñas afrodescendientes del municipio de Buenos Aires, en el norte del Cauca. En su elaboración se facilitó un espacio de sanación para todas nosotras. Les entregamos a la Comisión las voces de mujeres que han sido silenciadas”, dijo Carabalí.

“La tarea de los colombianos es hallar la cura al cáncer del alma”

“Cáncer del alma. He escuchado cientos de tipos de cáncer, pero ninguno de ellos encaja en los síntomas del cáncer que padezco, así que decidí nombrarlo, es sabido que lo que no se nombra, no existe...”.

Ella es Lina Palacio, quien se presenta como una mujer negra, lesbiana, líder, víctima de los paramilitares en Antioquia.

Su poema titulado ‘Cáncer del alma,’ revela los daños más difíciles de reparar que dejan estas violencias en sus víctimas:

“...A los 31 años fui violada y desplazada de mi casa por un grupo armado. Me despojaron de mis pertenencias, de mi ropa, de mi dignidad como mujer lesbiana. No sé cuántos fusiles tuve en mi cabeza. El temor se apoderó de mi mente y pensé escapar en varias ocasiones. Me violaron uno tras otro. Me insultaron, me denigraron, Jugaron con mi cuerpo y mi ser. Lo poco que había quedado de mi dignidad me fue arrebatado esa noche. Mil cosas pasaron por mi mente, mi infancia, mi adolescencia, mis amores fallidos y acertados. Traté de escapar en ese instante. Era como si mi espíritu se hubiera salido de mí. Y me veía ahí parada, llorando, suplicando, agonizando en vida, veía cómo más de media docena de hombres ultrajaban mi cuerpo, hurgaban en mis entrañas. Me bañaban con sus orines y su hombría. Escuchaba los gemidos de Andrea (su compañera) bajo la cama y rogaba al cielo que se hiciese muda.

No sé cuentos golpes recibí esa noche pero me dolían en el cuerpo, desde la punta del pie hasta lo más profundo de mi ser. Con una risa cínica y complaciente el jefe paramilitar me invitó a que me vistiera y como en un juicio en el que toman la decisión de condenar o no a muerte al preso debatían sobre mí, como un eco escuchaba la voz que me decía que me fuera muy lejos. Esas fueron las palabras más lindas o más terribles, porque a veces he deseado haber muerto en ese instante.

Ese es otro de los síntomas de mi enfermedad, el sabor a muerte, ya que he deseado tanto la muerte que quizás ya se hizo parte de mí. Intenté suicidarme dos veces cuando otro síntoma más, la desesperanza, se apoderó de mí. La vida sin dignidad ya no tiene sentido. Quizás no logré morir más, porque sencillamente no se puede morir más.

Mi alma ya había muerto y mi ser ya no existía. Todo lo que era yo desapareció. Todo se desvaneció desde ese mismo instante en que salí corriendo. Mi casa, mi hogar murieron, como muere el atardecer bajo la noche oscura. Quisiera decirles que esta historia tuvo un final feliz, pero no es así. Sigo pudriéndome de cáncer del alma, lento pero de manera contundente.

Ahora la tarea de los colombianos es encontrarle la cura al cáncer del alma. Habemos miles y miles de mujeres muriendo cada día por un tipo de cáncer del alma, que creo es el más mortífero del mundo. Y esa es su tarea, encontrar esa cura...”.

Lina, quien ha buscado en la escritura una manera de sanarse, lanza un llamado a la sociedad para entender esos padecimientos que la agobian a ella y a muchas mujeres en el país. “Escribir para sanar, es una manera de salir. A través de la fundación Ave fénix invitamos a otras mujeres, porque nos damos cuenta de ese subregistro de quienes no han dicho nada de lo que les ha sucedido y nos damos cuenta de que el dolor nos carcome el alma. Muchas terminan aislándose del mundo”.

Ella asegura también que hay muchos cánceres que no están en el registro de la Organización Mundial de la Salud, como el suyo. “ La salud mental está mal porque no podemos dormir, nos despertamos a media noche con pesadillas y eso no lo atiende el médico. Nos damos cuenta de que nos dan gripas, se nos sube el azúcar, tenemos reumatismos y un monto de cosas que se desencadenan por esas violencias que sufrimos. Entonces hago el llamado para que el Gobierno cree una clínica para la mujer, que nos atienda sicológica y corporalmente. Esa clínica nos podría atender integralmente y pensar desde lo que nos ha pasado y no hemos podido terminar de sanar”.

El comisionado Carlos Berinstain explica que el subregistro de las víctimas de violencia sexual es grande. Que quizás solo una de cada cinco lo haya dado a conocer. “Por eso, este proceso de la Comisión de la Verdad es tan necesario, para entender la amplitud de la tragedia, para tomar sus testimonios y saber acompañar esas heridas del alma”, agrega.

Las víctimas Lgbti, la historia menos contada

Su nombre actual es Zunga, la perra roja. Lo eligió así porque es transgresor, porque quiere llamar la atención sobre la realidad de su gente. Ella es de Curillo, Caquetá, pero vive en Florencia. Y con el tiempo se ha convertido en un referente de las luchas de las comunidades transgénero en el país. Hace parte de la plataforma ‘Lgbt por la Paz’, que agrupa organizaciones de sexualidades disidentes y mujeres feministas que trabajan por los Acuerdos de Paz y su implementación.

“Es un reto para las organizaciones por la falta de apoyo institucional, no todas las personas son sensibles a estos temas de violencias y género. Creemos que hace falta mayor compromiso desde la institucionalidad que asumió el Acuerdo de Paz. Las personas Lgbt esperamos seguir discutiendo la diversidad, la memoria. Después de más de medio siglo de guerra, estos relatos están saliendo a la luz para ayudar a cerrar las brechas de un conflicto patriarcal que asesinó por tener una identidad de género no normativa o distinta a la heterosexual”, dice.

Ella fue víctima de violencia sexual por parte de los paramilitares.

Asesinaron a su hermano y a un tío. Pese a lo sufrido, Zunga, quien hace una licenciatura en Ciencias Sociales, promueve “la pedagogía de los afectos y una posición de la no violencia en los hogares y que eso irradie un movimiento social en todo el país”.

Otro activista de los derechos de las comunidades Lgbti es Luis Guillermo Cantillo Ponce, del Carmen de Bolívar, quien se identifica como un hombre gay de 28 años.

“Mi cuerpo fue uno más que sufrió ese flagelo de la guerra. Era un niño cuando viví ese dolor, esa tortura, esa discriminación. No querían aceptarnos, nos hacían invisibles. Por el simple hecho de mi condición sexual fui violentado. Y nuestra labor es hacer comprender a la gente que nadie puede cuestionar a nadie por su identidad de género”.

Luis Guillermo se define también como una persona valiente, verraca, superada. “La herida no se va a poder cerrar en un cien por ciento, pero hay que mitigarla al máximo. No podemos quedarnos enfrascados, sino seguir, superarlo”.

Una tercera sobreviviente Lgbt recuerda que fue sometida a violencia física, verbal, psicológica y sexual, en agosto 29 de 1999, en el Tolima.

“Los responsables son paramilitares. El Estado fue cómplice por su silencio, nunca valieron las denuncias. Me obligaron al desplazamiento, tuve miedo, lesiones permanentes en el cuerpo, enfermedades de transmisión sexual, perdí mi familia, mi pareja y mi comunidad. Tuve que irme incluso del país, con ello perdí también el arraigo.

Ahora estamos de vuelta, para contar lo ocurrido, porque queremos que se sepa la verdad, las verdades sobre las mujeres trans asesinadas y desaparecidas, sobre las que fueron violentadas sexualmente por el hecho de ser nosotras mismas. Las mujeres trans queremos decir una y otra vez, estamos vivas, estamos vivas, estamos vivas”.

Vea  el video completo del Primer Encuentro por la Verdad: ‘Mi Cuerpo dice la Verdad’

Primer Encuentro por la Verdad: ‘Mi Cuerpo dice la Verdad’

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